22.9.06

Crónicas del Rey Felón ( II )

Vamos a continuar con la vida de nuestro querido Fernando VII.

Su infancia fue parecida a la de muchos infantes reales de entonces. A punto de morir en varias ocasiones, empezó a recibir una formación como Príncipe de Asturias “adecuada a la tradición heroica y austera de sus gloriosos antecesores”, palabras de Godoy.

Uno de sus preceptores le impuso un horario bastante rígido, ordenando que se le despertara a las 6 de la mañana y no permitir que le acostaran antes de las 10 de la noche, “para dar lugar a que manifieste un saludable cansancio que le impida entregarse al abominable pecado solitario”. También le prohibió la siesta, “que las mismas son harto propicias para caer en grave tentación carnal”.

En esta temprana etapa de su vida ya manifestaba un carácter insolente y orgulloso, a la vez que empezó a criar un insano rencor contra sus padres y contra su preferido, Manuel Godoy.

En su afán por buscar una continuidad en el negocio familiar, sus padres deciden casarlo a los 18 años con su prima hermana, la princesa María Antonia de Borbón. La boda se celebró por poderes, y a finales de 1802 pudieron conocerse los esposos. Veamos la impresión que se llevó la novia al conocer a su flamante marido:

“Bajé del coche y al verle, a punto creí desmayarme. En el retrato parecía más bien feo que guapo. Pues bien: comparado con el original, aquel retrato es el de un Adonis. ¡Y tan encogido! Recordaréis que el duque de Santo Teodoro escribía que era un buen mozo, muy despierto y amable. Cuando está una preparada para lo malo encuentra el mal menor, pero yo, que creí esto, quedé espantada al ver que era todo lo contrario”.

Pasados tres meses del encuentro, el matrimonio no ha sido consumado. Al parecer, a Fernando no le funciona el soldadito en sus primeros encuentros. Según su suegra, “Mi hija está desesperada y con mucha razón. Su marido es enteramente memo, ni siquiera un marido físico y, por añadidura, un latoso que no hace nada y no sale de su alcoba. No caza ni pesca y ni es siquiera animalmente su marido”.

Según Bergau, a los seis meses de matrimonio, “el único juego erótico practicado por el marido era el de la succión de los monumentales senos de su mujer”.

Pero al hecho de tener un marido desagradable físicamente, inútil en la cama y que además se suele levantar con el camisón empapado y no precisamente en agua, hay que añadirle su mal carácter.

Una tarde, María Antonia se disponía a salir de la habitación cuando Fernando le preguntó adónde se dirigía. Al expresar ella sus deseos de retirarse, él la agarró por el brazo y tiró violentamente, derribándola en el suelo, gritando “Pues no vas, aquí soy yo el que manda y si no vas a obedecerme lárgate a tu país, que no he de ser yo quien lo lamente”.

Tenía que ser una situación bastante desagradable para la pobre muchacha, vivir en la corte de un país extranjero con un marido así y una suegra que decía de ella “escupitina de su madre, víbora ponzoñosa, animalito sin sangre y todo hiel y veneno, rana a medio morir…” . Sus únicas amigas eran dos ayudas de cámara que la acompañaron desde Nápoles.

Pero la situación cambiaría la noche en que Fernando logró, al fin, consumar el matrimonio. Después de la faena, en las confidencias que tanto se dan en un momento así, su marido le confesó el odio que le profesaba a Godoy. Ella, perpleja, le confesó que también le odiaba…

En el siguiente post veremos, entre otras cosas, como la pareja se unió ante un enemigo común, y cómo Fernando VII pasó de ser un inútil en la cama a convertirse en un auténtico salido.

Buen fin de semana.

2 comentarios:

El Tipo de la Brocha dijo...

Desperdiciar así a una dama con atributos desbordantes no está bien. Ese maldito crío...

alcaper dijo...

Ja ja ja, no está bien, no