17.8.06

Un salido de esta corte

Reyes salidos en España han habido varios. Si tuviéramos que elegir al más salido de todos tendríamos que cavilar mucho, revisar cientos de documentos, hacer recuento de hijos bastardos, visionar algún vídeo…

En cambio, averiguar cuál fue el más salido de la casa de Austria es sencillo: Don Felipe IV, rey de España por la gracia de Dios y de sus padres, a los que conocimos en el post anterior.

Este rey hacía de todo menos reinar. Escribía poemillas bajo seudónimo (se hacía llamar “un ingenio de esta corte”), cazaba, iba a misa, se carteaba con una monja famosa por desdoblarse, pero sobre todo, sobre todo, iba salido todo el día.

Gustaba mucho el rey rijoso de buscarse damas (y no tan damas) con las que holgar gustoso. Podríamos decir que en cama ajena se encontraba como guarro en un berzal. La anécdota de hoy corresponde a una de esas veces en que al rey le dio un apretón, sólo que esta vez no le salió como él esperaba.

Andaba el cuarto de la felipada encaprichado con la duquesa de Alburquerque. Su marido la tenía bien guardada, pero esto no hacía sino aumentar el real deseo. Un día, mietras jugaba una partida de cartas, vió entre los presentes al duque de Alburquerque y pensó que ese era el momento esperado. Fingiendo una prisa repentina, le cedió el puesto al referido duque y salió presto de la estancia. Acto seguido, se encaminó a la casa de la joven duquesa, acompañado por don Gaspar de Guzmán y Pimentel, más conocido como conde-duque de Olivares, todopoderoso valido del reino.

Mientras tanto, el de Alburquerque se temía lo peor. Fingiendo terribles dolores cedió su puesto y salió raudo a proteger sus intereses.

Acababa de llegar el rey a casa del duque cuando vio aparecer a éste. Le sorprendió, pues le hacía jugando a las cartas, y corrió a ocultarse en las caballerizas, seguido por su valido. El duque corrió detrás de ellos, sin pedir luces para no verse obligado a reconocerlos, y se lió a bastonazos gritando

- ¡Ah ladrón! Tú vienes a robar mis carrozas!-

El de Olivares decidió identificarse al ver que recibían tan vil trato, pero al empezar a gritar que allí estaba el soberano los palos se redoblaron, alegando que era el colmo de la insolencia emplear el nombre del rey y de su primer ministro para cometer tales fechorías. Al final, entre el alboroto, pudieron escapar los dos zorros del gallinero.

Esta es la más pintoresca de las anécdotas de Felipe IV, pero no la única. Cuentan que en una ocasión, tras mostrarle sus intenciones a una dama de la corte, esta le respondió

- Señor, no tengo vocación ni de monja ni de puta -

Aludiendo a la Calderona, famosa actriz de la época que tras dejar de ser amante del rey fue ingresada en un convento.

Qué joya de rey, verdad? Creo que dejó más de treinta bastardos. Menos mal que era muy religioso, que de otra manera no hubieran estado a salvo ni las monjas. Y aún así hay una historia bastante truculenta acerca de una ocasión en que se coló en un convento con aviesas intenciones…

2 comentarios:

fridwulfa dijo...

Era un fantástico personaje. Yo os animo a que contéis algo de su relación con Sor María Jesús de Ágreda porque es de lo más curiosa.

Ea, dicho queda.

alcaper dijo...

Gracias por la sugerencia, queda anotado para próximos artículos. La verdad es que era una relación muy interesante, cierto.